domingo, 15 de noviembre de 2015

Un paseo en noviembre

Es la hora de sacar al perro, ya anochece muy temprano y no te puedes relajar porque te atrapa la noche. Estamos a mediados de noviembre y el otoño nos regala una de esas tardes maravillosas, soleadas, sin viento, serenas.



Empiezo el recorrido por el camino de tierra que circunda la casa, llego a la carretera, cruzo el río sobre el puente y bajo por una escalera de tierra que algún anónimo voluntario ha improvisado para que gente como yo no se desgracie el coxis.

Paso por debajo del puente y me dirijo a un antiguo camino de tren que han convertido en carril bici, mientras me paro a saludar a uno de mis mayores.



A mi izquierda, el río, a mi derecha, uno de los cientos de campos que nos rodean. Tengo la suerte de presenciar el arado de uno de ellos.


El molesto olor a combustible es absorbido por los miles de aromas terrosos que aparecen cuando clava el arado en la tierra. El agricultor mira desconcertado sintiéndose observado por una voyeur improvisada. A nadie de la zona le resulta novedad y no se paran a mirar algo tan cotidiano. Yo, como buena urbanitas digievolucionada en individuo del lugar, todavía me queda ingenuidad para disfrutar como una niña de ese instante.

Dejo que gire de nuevo 180º y espero para ver, una vez más, como clava de nuevo sus uñas en la tierra, dejando esta perfectamente peinada. Mientras veo como se aleja aspiro una vez más para guardar en mi memoria ese aroma y continúo mi camino.


Me siento una privilegiada. Todo el mundo debería tener la oportunidad de reciclarse de vez en cuando. Parar esta vida meteórica que nos ha tocado vivir y poder disfrutar de las cosas más sencillas que nuestro estrés nos impide valorar. Hoy yo soy RECOUPAGE.



Continuo mi camino, estoy disfrutando tanto que amplío el recorrido para que no termine. Napoleón, mi perro, me mira de reojo desconcertado por regalarle unos cientos de metros más de paseo y me lo demuestra pegando pequeños saltitos mientras corre entusiasmado.

Los nogales y las acacias están ya casi desnudos, me encuentro con el  que me tiene enamorada. Un nogal descomunal, con un tronco que no abarcan mis dos brazos.


En cambio los sauces, las hayas, higueras y avellanos se resisten todavía a perder su hoja,


Hasta que una buena ráfaga de viento les quite de un soplido sus pocas expectativas.


Cruzo de nuevo el río por otro puente y llegamos a casa, Moly es una mujer con suerte.




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